Riesgos de los tacones (1ª parte)
Con el presente, iniciamos una serie de artículos que nos irán desgranando todo un conjunto de comportamientos, usos y costumbres muy extendidas en nuestra vida cotidiana.
Costumbres que, en sí mismas, no suponen ningún peligro; pero que encierran una serie de riesgos que conviene prevenir si queremos mantener nuestro cuerpo en buenas condiciones, especialmente cuando nos acercamos a la madurez y comenzamos a sentir que las respuestas musculoesqueléticas ante determinadas situaciones no son las mismas de hace unos años.
Estos artículos se abordarán bajo distintos puntos de vista.
De una parte, trataremos de explicar con un lenguaje asequible al público en general los mecanismos físicos a través de los cuales estos comportamientos pueden derivar en lesiones estructurales que abonan el terreno a diferentes tipos de patologías traumatológicas; pero por otra, y la que consideramos más importante para los lectores del sitio, los mecanismos bioenergéticos que se desencadenan como consecuencia de estas costumbres y sus repercusiones en nuestro bienestar.
Trataremos pues diferentes enfoques de un mismo problema, para concluir con un acercamiento al modo en que pueden evitarse… y como abordarlos desde el punto de vista de la Acupuntura.
Iniciamos esta andadura presentándoos un enfoque sobre el uso racional de tacones, tratando de establecer los límites a partir de los cuales la altura del calzado pasa a ser fisiológicamente desaconsejable.
Cierto es que los tacones altos estilizan la figura femenina, haciéndola lucir alta y elegante.
Tan cierto como que también son los causantes de muchos problemas que padecen las mujeres, principalmente en pies, piernas y parte inferior de la espalda.
Con demasiada frecuencia son los responsables directos o coadyuvantes de numerosas deformidades en las articulaciones del tobillo y dedos del pie, que acaban provocando dolores objeto de consulta y tratamiento.
Un breve repaso a la anatomía del pie
Aparentemente nadie lo diría, pero el pie encierra en su interior 28 huesos distintos, más de 20 músculos diferenciados propios, además de los tendones de otro numeroso grupo muscular (el de la pierna) que se insertan en él; y otra cantidad mayor de ligamentos que unen y estabilizan las estructuras óseas, tanto propias como con las articulaciones de la tibia y peroné.
Toda esta maquinaria explica las amplias posibilidades de movimiento que posee.
Pero, lógicamente, el espacio para albergarlos es algo reducido.
Si a esto unimos el hecho de que los pies soportan la totalidad del peso corporal y nos mantienen erguidos frente a la ley de la gravedad, es fácil entender que necesitan de unos cuidados y atención especiales.
Para poder sustentar el cuerpo, la organización del pie se lleva a efecto mediante arcos (estructuras anatómicas y arquitectónicas dotadas de gran estabilidad) que representan la capacidad de amortiguación en la estática y en la dinámica.
En el pie podemos distinguir dos arcos longitudinales: el arco externo, distal o lateral (visible si se mira el pie desde fuera) y el arco interno, proximal o medial (visible si se mira el pie desde dentro).
A estos arcos longitudinales se añaden otros tres arcos transversales (anterior, medio y posterior) que cruzan los anteriores y fijan la posición del pie lateralmente.
En un pie fisiológicamente normal, las alturas desde el suelo hasta los puntos de referencia plantares nos dicen que el arco externo tiene que presentar una distancia de entre 3 y 5 milímetros entre el suelo y la parte inferior del cuboides; en tanto que en el arco interno, esta distancia se sitúa entre 15 y 18 milímetros desde el suelo hasta la parte inferior del escafoides.
Existen determinadas deformaciones directamente relacionadas con esta altura, especialmente con la del arco interno (que forma lo que se denomina bóveda plantar).
Si la distancia disminuye, el arco plantar desciende y provoca un pie plano.
Si la distancia aumenta, el arco plantar asciende y provoca un pie cavo.
De otra parte, el peso del cuerpo llega al pie a nivel del astrágalo, y se reparte hacia tres apoyos que le sirven de sustentación: el calcáneo y las cabezas del primer y quinto metatarsianos, cada uno de ellos situados en uno de los arcos.
Así pues, el 53% del peso se apoya en el calcáneo y el restante se reparte equitativamente entre los arcos externo e interno.
Efectos del tacón en la estructura anatómica
El uso del tacón modifica, de inmediato, la altura de la bóveda plantar y la distribución de los apoyos del pie, lo que supone un desplazamiento del peso hacia la parte anterior del cuerpo.
Pero, además de este desplazamiento, la carga total de pesos se sustenta, a mayor altura, en menor superficie de apoyo delantero.
En sentido posterior, el apoyo natural del calcáneo se ve modificado al disminuir, también, la superficie que la parte trasera del pie dedica al sustento: el tacón siempre es menos ancho que el retropie; y, por supuesto, mucho menos que el calcáneo.
En estas circunstancias, una estructura dotada de gran capacidad de sustentación ha quedado convertida en una estructura completamente inestable.
Daños colaterales en la estructura corporal
La primera articulación que sufre un serio desajuste es el tobillo: el astrágalo se anterioriza.
El aumento de altura modifica la posición de este hueso e intensifica la tensión de los ligamentos peroneoastragalinos.
El riesgo de sufrir un esguince se ha triplicado respecto de la posición anatómica normal.
La modificación de los puntos de apoyo, provocada por el desplazamiento delantero del peso, tiene que ser compensado, para no caerse de bruces, por la cadena posterior de la pierna, que automáticamente se retrae y acorta.
Se lucen los gemelos, sin considerar que -en realidad- se lucen unos gemelos hipertónicos camino de la contractura y posteriores retracciones musculares.
Esta tensión es transmitida, en sentido ascendente, hasta la siguiente articulación: la rodilla.
Se estima que la presión sobre esta articulación se incrementa un mínimo del 30%, lo que la lleva automáticamente a la flexión.
El desajuste de esta segunda articulación deberá ser compensado por la musculatura anterior de la pierna para ahora, evitar caer hacia atrás. Entran en juego los potentes músculos del cuadriceps crural, especialmente el recto anterior.
Esta potente musculatura, en acortamiento, se lleva los ilíacos en anteversión pélvica (pelvis desplazada en sentido anterior). Acabamos de desajustar la tercera articulación ascendente: la cadera.
El siguiente punto en sufrir las consecuencias no es otro que la columna lumbar, que incrementa su lordosis para hacer frente al desplazamiento pélvico anterior.
A partir de este punto, y también como mecanismo compensatorio, se ven modificadas la cifosis dorsal y la lordosis cervical, que tienen que incrementar su curvatura en sentidos opuestos respectivamente.
Tardarán más o menos, pero los dolores de espalda y las lumbalgias acabarán haciendo acto de presencia.
Y, en el propio pie… en dirección descendente, encontramos que la modificación de la altura, con el consiguiente desplazamiento anterior, comprime las cabezas metatarsianas, que pasan a sustentar el eje principal de descarga del peso corporal.
La aparición de callosidades y otros problemas dermatológicos en la zona es solo cuestión de tiempo. El desplazamiento de la cabeza del primer metatarsiano en sentido medial aparecerá, probablemente, antes. El hallux valgus (Juanetes) no tardará en instalarse.
Y, por demás, como quiera que tacón alto suele ser sinónimo de puntera estrecha, la falange proximal del primer dedo (dedo gordo) se ve empujada en sentido lateral (hacia la parte exterior del pie), en tanto que la del quinto dedo (dedo meñique) lo será en sentido medial (hacia la parte interior del pie). Al igual que el hallux valgus, el quintus varus (Juanete de sastre) llama a la puerta.
Y, como no, la sobrepresión sobre las cabezas metatarsianas, a las que se añade la sobretensión de la estructura muscular, hará que los músculos extensores de los dedos tiren de las primeras falanges y las sitúen en hiperextensión.
A partir de ahí, si la deformación final serán los dedos en garra o en martillo, depende ya de la influencia del aparato flexor.
¿Cuál es la altura ideal de los tacones para que no sufra nuestro cuerpo?
Del mismo modo que no resulta adecuado un tacón alto, tampoco lo es no usar ningún tipo de elevación en el talón.
Cuando andamos descalzos, los puntos de apoyo delanteros (cabezas de los metatarsianos primero y quinto) soportan el 43% del peso corporal, en tanto que el punto de apoyo trasero (calcaneo) resiste el empuje del 57% restante.
Un equilibrio del 50% en la parte delantera del pie y el otro 50% en la trasera se logra con el uso de un tacón de dos centímetros.
Cuatro centímetros de tacón, invierte la distribución de pesos sobre el pie descalzo: la parte trasera soporta un 43% y el 57% la delantera.
Este punto sería el límite fisiológico que no debiéramos sobrepasar en ningún caso, por lo que un tacón de alrededor de tres centímetros sería el ideal.
Si pasamos a un tacón de seis centímetros la parte trasera ya soporta, únicamente, el 25% del peso corporal, en tanto que la delantera resiste el 75% restante. El pie resbala hacia delante y los dedos acaban empujando la puntera (o aquello que los detenga) iniciando el camino hacia los dedos en garra.
Con un tacón de 10 centímetros la parte delantera del pie soporta alrededor de un 95% del peso corporal, y la trasera apenas un 5%. La postura fisiológica que se adopta es totalmente contraproducente para el conjunto de la estructura musculoesquelética.
Por tanto, nuestra recomendación es que:
Para ese día tan especial en el que todo el mundo va de etiqueta… vivan los tacones altos y las figuras estilizadas.
Pero, a la vuelta a casa, y para la vida normal y corriente, lo aconsejable es que no se sobrepasen los 3-4 centímetros de altura de tacón si, de verdad, nos preocupa la salud de nuestros pies.
Creemos que es un consejo que, a buen seguro, ellos sabrán recompensaros.